viernes, 18 de septiembre de 2009

Consejo de seguridad

Esta mañana estrené el saco que mi abuela y mi tío me regalaron para mi cumpleaños. Cuando fui a su casa a desayunar me dijeron que me quedaba muy bien, que qué lindo que era, lástima que no tenía un collar haciendo juego (ese fue mi tío) y ahí nomás empezaron a pensar si me podían prestar algo de la abuela (no sé si lo dije acá antes, pero mi abuela es muy coqueta). Que había un collar rosa, nogracias, que tal vez un prendedor, nonohacefaltagracias, que está el pinche ese que le regalaste hace un tiempo a la abuela, de hueso y de alpaca, o plata, no sé.
—Es peligroso —dijo mi abuela.
—Sí —explicó mi tío—, ella no lo usa porque el pincho es así de largo, y grueso además.
—Ella se acuerda —le aclara la abuela—, si ella me lo regaló.
—Te regalé un arma —intervine.
—Un arma, sí. Lo podés llevar y cualquier cosa: "te pincho con esto" —y hace un gesto de ataque.
Se queda por un momento y después agrega:
—No, cualquier cosa, no decís nada. Pinchás y listo. Sin avisar.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Caperucita

El otro día salía, como casi todos los días, apurada a la mañana temprano, con un ratito para pasar por lo de mi abuela.
Una vecina ya estaba en el pasillo.
—¿Te espero?
—Sí, gracias.
Me apuro para alcanzarla y una vez en el ascensor me dice:
—Creí que ibas a tirar la basura.
—Ah, ¿esto? No. Es una bolsa con pan y facturas que le llevo a mi abuelita.
Y ahí me sonó todo muy parecido al cuento. Hacía frío y, como si fuera poco, yo estaba con mi capita de polar con capucha. Decí que es violeta, y no roja. Pero casi. ¿A qué bosque me enfrentaría hoy?
El camino no fue fácil de atravesar. No hubo lobos, pero sí varias pruebas.
En la primera esquina casi me atropella un camión. Es que a esa hora el sol viene de frente y no se ve bien. Corrí y llegué intacta a la otra vereda. Una vez ahí tuve que sortear varios tesoros de perros, y en mi concentración por hacerlo, fui a dar a una baldosa floja que salpicó efusivamente para todos lados. Incluidos mis propios pantalones y los de un señor que tuvo la tremenda suerte de pasar por ahí. Pedí disculpas con una sonrisa y maldije en mi interior a las vecinas que baldean tan temprano.
Por suerte es cerca lo de mi abue. Subí temiendo que el ascensor se quedara por la mitad o algo así, para un día que empezaba brillante. Pero nada más pasó. Adentro estaba mi abuela, y sus manos eran del tamaño normal, lo mismo sus orejas y sus dientes. Me fijé bien, no vayan a creer.
Al verme entrar me saludó con un:
—¡Hola, Caperucita!

Al otro día, me puse un saco.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Ojos de pájaro

Ser el pájaro.
No una persona que vuela.
Pájaro en esencia.
Plumas y pico,
pájaro de ciudad,
parado en un cable.
Sentir una pluma torcida
en el cuello
y acomodarla con el pico.
Sentir la presión de las garras
sobre el cable.
Sentir el pico,
pensar una palabra y
graznar.
Sentir la fuerza en las alas.
Volar como pájaro.
Ver todo nubes por un instante.

Podría volar lejos, lejos
hacia otro lado.
Pero a pesar de todo,
pico plumas alas garras,
algo de mi vieja condición
de mujer
me lo impide.
Y me quedo toda la mañana
esperando verte
cerca de tu ventana.