viernes, 17 de diciembre de 2010

Cosas que traen las olas

Las cosas que traen
las olas de los sueños
a la playa
de la madrugada:
miedos olvidados,
cascaritas de deseos,
palabras gastadas por el agua y la arena
y el tiempo,
caracoles,
plumas de versos
que ya volaron.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Sembrar

Sueño que me estoy probando ropa en la parte de atrás de un local y la dueña es una parienta lejana que acabo de conocer y me dice que elija que ella me lo regala. Y después llega otro pariente nuevo que también vive por ahí, que ya acostó a los nietos y por las dudas trae el cocodrilo. Entonces están mi tío Raúl y mi abuela Laura y se saludan efusivamente. Ellos sí se conocían de antes. Incluso acarician al cocodrilo, pero yo no porque escucho que hace tic y que hace tac y lo conozco de un cuento. Ellos charlan y yo miro para afuera porque es como un garage y afuera se ve oscurísima la noche y se ve un poco el barrio que yo sé que es igual a Villa Adelina de cuando era chica. Solo que acá hay un río enorme que pasa por ahí por la puerta -y lo escucho- y esa especie de puente que hace el agua más allá, desafiando la ley de gravedad (más sueños con tremenda cantidad de agua, podrá ser?). Hace un rato, en el sueño, papá se fue nadando para su casa, y yo le insistía que no, porque me daba miedo que se metiera en el agua oscura pero no le dije que no porque me daba miedo y se fue igual, y ahora estoy tranquila porque ya debe haber llegado bien. Tenía que cruzar ese puente de agua y yo me quedé mirando y con la luz del farol se veían unos peces gigantes pasar y entonces me daba la sensación de que si los peces pasaban, papá también. Me pruebo unas remeras mientras mi tío y mi abuela charlan con esta gente y acarician al cocodrilo, y de pronto, de la nada (out of the blue) me despierto pensando en mi abuela de cuando era chica, mi abuela Zulema, que hace muchos años que ya no vive (mi abuela Laura antes trabajaba y no estaba tanto con nosotros, ella es mi abuela de grande). Decía, son las cinco y media apenas pasadas y me despierto pensando en mi abuela Zulema con una sensación extraña de extrañarla, de querer contarle que me estoy por ir de viaje a un lugar que seguro seguro no se parece a Villa Adelina, ni de antes ni de ahora. Salvo porque hay alemanes, pienso (y me doy cuenta que el resto diurno de este sueño es que mi viejo me habló ayer de la cantidad de vecinos de toda la vida que son alemanes). Lo que me viene a la cabeza de la abuela Zulema es que en su casa leíamos cuentos del Chiribitil y también me acuerdo perfecto que ella me regaló uno de los primeros libros de los que tengo memoria. Yo estaba enferma (nada grave, gripe o anginas, supongo) y era un poco una fiesta porque nos curaban a base de atenciones y mimos y tocaba pasar el día en la cama grande. Entonces ella llegó con Marizul sueña que sueña que sueña, de Bernardino Rivadavia. No es que yo me hubiera fijado en el autor en ese momento, pero me acuerdo perfecto que le contó a mi mamá que viniendo para casa fue a la librería para comprarme un regalo y el librero le ofrecía uno de Rivadavia y ella dijo: "¿Cómo le voy a regalar un libro de historia a una nena chiquita?" (o quizás dijo la edad, que yo ahora no recuerdo) y el librero le mostró este le contó que era un descendiente de Rivadavia y ella entendió que sí era para chicos y no de historia y me lo trajo.
¿Por qué me acordaré de esa escena que quizás ni siquiera es real? Es que las veo ahí al lado de la cama, a mi mamá y a mi abuela, teniendo esta conversación mientras me daban el libro para hacerme compañía. Supongo que esa mañana alguna de las dos me lo habrá leído, pero eso ya no lo puedo asegurar. Sí sé que el libro me encantó y lo leí miles de veces desde entonces y hoy es un tesoro en mi biblioteca.
De la nada, entonces, decía, me despierto pensando que quién hubiera sabido en aquel entonces que quizás ahí se sembraban los primeros pasos para este camino de libros, sin ninguna intención más que pasar un buen rato, y ahora me dedico a lo que me dedico y por eso llego a este punto a punto de irme a este viaje.
Nunca lo había pensado así antes, pero me dieron ganas de contarle todo esto a mi abuela Zulema, que a veces, muy cada tanto, me visita en sueños, pero hace mucho que no, y ahora, esta madrugada me acordé de ella y de su hermoso regalo que no era para nada un libro aburrido y que tenía unas ilustraciones que me encantaban y con el que empecé un camino que mirá hasta dónde me lleva.